LA CUSTODIA DE ESPINOLA Y LAS SANTAS FORMAS INCORRUPTAS DE ALCALÁ DE HENARES

El 17 de febrero de 1624 las veinticuatro Formas Incorruptas de Alcalá de Henares se trasladan a una custodia de planta donada por el cardenal Agustín Espínola, Arzobispo de Sevilla y Santiago.


Publicado 16-02-2021



El 17 de febrero de 1624 las veinticuatro Formas Incorruptas de Alcalá de Henares se trasladan a una custodia de planta donada por el cardenal Agustín Espínola, Arzobispo de Sevilla y Santiago.

La historia del milagro de las Sagradas Formas de Alcalá de Henares tuvo su origen en mayo de 1597. Un anónimo penitente llegó al Colegio Máximo de la Compañía de Jesús en Alcalá solicitando confesión al padre jesuita Juan Juárez. En mitad de la confesión, aquel hombre entregó al jesuita un papel que envolvía veintiséis Formas Consagradas que, según manifestó, provenían de robos sacrílegos de varias iglesias.

Juan Juárez, ya con las Formas en su poder, pidió consejo al Padre Vázquez, filósofo y profesor de Teología en aquel Colegio. Como no sabían la procedencia de las Formas, y temiendo que pudieran estar envenenadas, acordaron colocarlas en un lugar decente, para evitar irreverencias, y esperar a que se corrompieran por sí solas.

El Padre Juárez las guardó en una cajita y las depositó entre unas reliquias del lado del Evangelio del altar mayor, es decir, según se mira al altar, al lado izquierdo.

Pasado algún tiempo, el Padre Juárez fue a ver las Formas guardadas pa ver si ya estaban corrompidas, pero las encontró blancas y hermosas como si se acabaran de hacer.

El Padre Luis de la Palma, Rector del Colegio, visitó las Formas y decidió que fueran trasladadas a un sitio húmedo, para favorecer la corrupción de las especies. Las colocaron en una capilla baja situada detrás de la sacristía, y el Padre Juárez colocó junto a ellas otras formas sin consagrar.

Pasados algunos meses observaron que las formas no consagradas estaban totalmente corrompidas, permaneciendo las otras en perfecto estado de conservación. Allí estuvieron hasta marzo de 1609, doce años después de la entrega.

En esa fecha visitó las Sagradas Formas el Padre Bartolomé Pérez, Provincial de la Orden, y mandó que, como estaban perfectamente conservadas, se colocasen en el altar mayor, al lado del Evangelio, en el lado izquierdo.

El caso se manifestaba como un verdadero miago, pero todavía no se había declarado oficialmente.

Pasados seis años, en abril de 1615 llegó a Alcalá el Padre Luis de la Palma, antiguo Rector del Colegio y por entonces nuevo Provincial de la Orden. Vio de nuevo las Formas y levantó testimonio del hecho milagroso. Crecía cada vez más la fama del milagro, y en julio de 1619, veintidós años después de la entrega, una Junta de Doctores de la Universidad declaró oficialmente el milagro de las Sagradas Formas.

La calificación del milagro se ratificó, en junio de 1622, por el doctor Álvaro de Villegas, Primado de España; en enero de 1634 por don Francisco de Mendoza, Obispo Gobernador de Toledo y en marzo de 1682 por don Alonso Martínez Abad.

Y tal día como hoy de 1624 (hace 395 años) se trasladaron las veinticuatro Formas Incorruptas a una custodia de planta donada por el Cardenal Agustín Espínola, Arzobispo de Sevilla y Santiago.

La custodia, que se conservó hasta 1936, era de plata sobredorada. Medía 90 centímetros de altura y estaba rematada por una cúpula de media naranja. Debajo de la cúpula había una linterna ochavada con tres viriles en cada lado, es decir, un «tubo» de ocho lados y en cada lado había tres Formas colocadas verticalmente. En el pié de la custodia estaba el escudo del cardenal Espínola en esmalte.

En el transcurso del tiempo se rompieron varias Formas para ver si una vez partidas, se corrompían más rápidamente. Por eso fueron entregadas veintiséis Formas, pero se conservaron solamente veinticuatro.

Respecto a las dos Formas partidas que no se pudieron colocar en la custodia, se guardaron en una cajita de nácar. Después de unos años, las partículas se hallaron reducidas a polvo y, por último, se arrojaron a agua bendita.

Desde entonces la fiesta anual se celebra siempre el quinto domingo de Resurrección, con indulgencia plenaria para los que participases en ella. Esta indulgencia la concedió el papa Pío VI en 1789. Aunque ha habido periodos de tiempo sin esta celebración, actualmente se sigue celebrando.

Por: Juan María Martínez Casado



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